Hacia el año 2050, la población mundial de adultos mayores experimentará un notable crecimiento, elevándose de 600 millones a cerca de 2000 millones. Esta tendencia demográfica implica que la proporción de individuos en este grupo etario incrementará significativamente, pasando de representar el 10% a aproximadamente el 21% de la población total. Concretamente, el 19,65% de la población es mayor de 64 años, lo que supondrá que en los próximos 30 años el 31,4% de la misma tendrá más de 65 años y que el 11,6%; más de ochenta. Estos datos se relacionan con el aumento de la esperanza de vida en nuestro país, siendo de 85,06 años en las mujeres y de 79,59 años en los hombres, lo que representa que la pirámide poblacional se está invirtiendo.
Así, el envejecimiento o senectud se puede definir como aquel proceso gradual y multifactorial de cambios físicos, psicosociales, espiritual y biológicos, que se inicia desde el momento de la concepción y provoca cambios en la persona a lo largo de toda la etapa vital. Debido al carácter multifacético del constructo en sí, recibe a su vez otras denominaciones con distintas connotaciones. De esta forma, algunos autores acuñan el término de “vejez”, con matices más sociales, siendo la fase final de la vida donde el envejecimiento se hace más evidente y dependiente del contexto social. Por otra parte, otros términos comúnmente utilizados han sido “ancianidad” o “senilidad”, siendo su connotación más negativa. Se refieren a aquel proceso patológico donde existe una pérdida de la capacidad funcional, física y mental, acompañada de una pérdida de interés y progresiva baja actividad mental, propias de la vejez.
Desde una perspectiva biológica, el envejecimiento orgánico está relacionado con la acumulación progresiva de daños moleculares, generando una reducción gradual de las habilidades físicas y mentales, un aumento en el riesgo del contagio de ciertas enfermedades y, en muchas ocasiones, la muerte. Además, hay una amplia variabilidad en cómo cada persona envejece, encontrándose la mayoría de las personas dentro del espectro típico de este proceso.
Sin ser un proceso lineal ni uniforme, la senectud también se encuentra asociada a otras transiciones vitales, como pueden ser la jubilación, el cambio a otros hogares más cómodos o la muerte de seres queridos. Así, varios autores concluyen en afirmar que se trata de un fenómeno inherente al ser humano, progresivo, universal y propio de cada individuo.
A pesar de los múltiples enfoques que ha recibido este concepto, se podría clasificar el envejecimiento en tres categorías: envejecimiento normal, activo y patológico.
El envejecimiento normal se refiere al proceso natural no deteriorante, en el que se dan un conjunto de cambios corporales con el paso de los años. No obstante, a pesar de que el envejecimiento es normal que se produzca un declive de las capacidades mentales y físicas, un declive no implica deterioro. Sin embargo, con el declive de las funciones vitales, el deterioro se vuelve más susceptible.
Así, para entender en su totalidad el proceso de envejecimiento normal, es importante conocer el conjunto de cambios neuropsicológicos que se dan en el adulto mayor que dan lugar a ciertas, siendo concretos y vinculados a la etapa vital en la que se encuentran. Al igual que un bebé recién nacido no puede realizar las mismas acciones que otro niño con tres años, debido a los procesos subyacentes neurológicos que se están llevando a cabo (mielinización, sinaptogénesis, maduración cerebral, etc.) es esencial entender qué características cerebrales se han modificado en el adulto mayor.
De entre los principales cambios neuropsicológicos, la persona mayor suele presentar problemas sensoriales, que incluyen presbiacusia (pérdida de la audición), degeneración macular (pérdida parcial y/o total de la visión) que en algunos casos conduce a la ceguera total, además de disminución del tacto, olfato y gusto.
En relación a los problemas de atención, especialmente se ve afectada la atención sostenida y selectiva. Distintos autores refieren que se pueden dar estados confusionales, de origen tóxico-metabólico, que mientras que en grupos etarios anteriores se resuelven con relativa facilidad, en las personas mayores pueden durar hasta meses. Por otro lado, se produce un enlentecimiento generalizado en la velocidad de procesamiento, siendo el origen subyacente de esta dificultad las alteraciones atencionales.
Con respecto a los problemas mnésicos, las principales quejas de memoria están enfocadas a diversos eventos, como olvidar nombres de objetos cotidianos, tener problemas para recordar la palabra que se quiere usar (fenómeno de punta de la lengua), no identificar a individuos con quienes uno acaba de interactuar en la calle, marcar un número telefónico y no saber con quién se iba a hablar, o abrir el frigorífico con la intención de tomar algo sin recordar qué era lo que se buscaba. Entre las principales clasificaciones de los sistemas de memoria, se encuentran alteradas la memoria a corto y largo plazo, la memoria implícita –memoria que opera a nivel inconsciente, como montar en bicicleta o andar– y explícita –sistema de memoria consciente, que nos permite recuperar datos o hechos de forma voluntaria–, memoria remota –referente a los eventos pasados– y memoria prospectiva –relacionada con eventos futuros–.
La disminución de las habilidades de aprendizaje, disminución de las praxias y/o capacidades visoespaciales también se encuentran comprometidas. Las funciones visoespaciales se definen como la aptitud para conectar la ubicación, orientación o movimiento de elementos dentro de un espacio concreto, siendo a partir de los setenta años cuando se empieza a entrever un decline en las mismas. Otras funciones cognitivas, como las funciones ejecutivas –capacidad de planificar y formular metas dirigidas a objetivos–, también se muestran afectadas. No obstante, el lenguaje es una de las pocas funciones que muestran menos deterioro, a menos que se encuentre vinculado a pérdidas sensoriales como problemas auditivos, o a alguna otra patología subyacente, como el Alzheimer.
También se encuentran cambios asociados a la morfología cerebral, como la pérdida del peso y volumen cerebral, habiendo atrofia cerebral en el 40% de los adultos mayores a partir de los 60 años. Este proceso atrófico va acompañado de la pérdida de mielina y volumen de sustancia gris en ambos sexos.
Sin embargo, no todos envejecemos de la misma manera. Frente al envejecimiento normal, el envejecimiento exitoso se refiere a un enfoque positivo del envejecimiento que consiste principalmente en baja probabilidad de enfermedad y discapacidad. Por su parte, el envejecimiento activo no se centra únicamente en el estado físico, sino en la promoción del ejercicio mental, además de la participación social y cultural, teniendo como fin el envejecimiento exitoso. Por último, el envejecimiento saludable, según la Organización Mundial de la Salud, se trata de desarrollar en edades tempranas hábitos saludables, es un trabajo más de prevención.
No obstante, existen diferentes formas de envejecimiento perjudicial o patológico, caracterizado por la presencia de enfermedades crónicas, hábitos tóxicos, dependencia funcional o deterioro cognitivo. Además, la emergencia sanitaria por COVID-19 ha repercutido negativamente en la población mayor, generando un mayor impacto psicosocial, debido al aislamiento social, angustia por temor al contagio o a la muerte, situaciones familiares dolorosas o duelo por la pérdida de seres queridos.
Dentro de los principales trastornos afectivos del anciano se encuentran la depresión mayor y la ansiedad, generando un impacto considerable en la capacidad funcional del adulto mayor; la distimia o el bajo estado de ánimo, ciertas fases depresivas del trastorno bipolar y/o depresiones asociadas a procesos neurodegenerativos a nivel cognitivo, como el Alzheimer, demencia con cuerpos de Lewy o la demencia frontotemporal, entre otras.
Con todo, para abordar las repercusiones que pueden derivarse del envejecimiento patológico, es crucial adoptar un estilo de vida saludable, que prevenga a su vez las condiciones que pueden acelerar este proceso. Entre las estrategias clave, es importante seguir una dieta equilibrada y realizar ejercicio físico regular. También es importante eliminar factores de riesgo modificables, como el tabaquismo o el consumo excesivo de alcohol. Además, realizar chequeos médicos regulares permiten detectar condiciones médicas que pueden resultar dañinas. Por último, fomentar las interacciones sociales, promover oportunidades de compromiso social, estimular el uso de la reserva cognitiva, así como explorar nuevos horizontes y valores podrían ser estrategias útiles para afrontar los desafíos que se enfrentan en el envejecimiento.
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Teresa Lozano Antolínez
Neuropsicóloga
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